Exposicion en el museo

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“Visiones de la muerte” comenzó en la cripta del Tulio, continuó en la necrópolis y terminó en el Munt, con teatro e historias de milagreros. Una multitud respondió a la original propuesta que partió del Museo de la UNT para recordar a los difuntos con una mirada en la que armonizan la fe y la cultura.

“No me da miedo encontrarme con un alma que ande vagando por ahí”, asegura Mimelle Ulla, una estudiante de Biología de 18 años que recorre con su amiga Mariana Prado (19, estudiante de Ciencias de la Comunicación) los pasillos del Cementerio del Oeste. Es viernes, y las chicas han cambiado una noche de baile por un paseo nocturno por la necrópolis.

La atmósfera, en el lugar, es fantasmagórica y escenográfica: sólo están iluminados los mausoleos ubicados sobre las calles centrales. A la izquierda y a la derecha, la oscuridad que rodea el lugar invita a transgredir el circuito pautado y a internarse en la noche, en busca de quién sabe qué experiencia de ultratumba. Las chicas no están solas en esta aventura, que es parte de la propuesta “Visiones de la muerte”, que empezó en la cripta del Colegio Tulio García Fernández, y que terminará en el MUNT, con un espectáculo que promete poesía y teatro, a cargo de Norah Castaldo y de Arturo Alvarez Sosa, con sus relatos de los milagreros.

En esta “prevíspera” del Día de todos los Muertos, que se conmemora mañana, el Cementerio del Oeste ha abierto sus puertas a la curiosidad nocturna. Es la primera vez, según afirma Alicia Belmonte, directora municipal de Cementerios, que estima que han asistido unas 2.000 personas a esta propuesta que mezcla lo religioso y lo cultural, y en la que prima el clima de aventura por sobre el recogimiento. Jóvenes y gente de la tercera edad, familias con sus hijos, tías con sobrinas, conforman el heterógeneo grupo que ha recorrido un trayecto de 45 minutos visitando los mausoleos más significativos de la necrópolis del Oeste, que fue inaugurada en 1859, y en la cual están enterrados 22 ex gobernadores tucumanos y 17 ex intendentes.

Mimelle y Mariana miran extasiadas la tumba de la familia Hilleret, donde hay una imagen de la Virgen del Valle y no les pierden pisada a las lajas del piso, que delatan las huellas del tiempo (datan de 1910).
No todo el mundo puede controlar su curiosidad. Un grupo de chicos de entre 13 y 12 años del Liceo Militar se escapa del recorrido trazado y se interna en uno de los caminitos perpendiculares a la avenida principal.

“Dentro de una de las tumbas había un perro que nos ladraba”, asegura Leandro, uno de los liceístas. “Fuimos al fondo del caminito esperando encontrar algo. Y aunque teníamos miedo de que se nos apareciera algún fantasma, o algo así, lo mismo nos internamos”, dijo el adolescente. Frente al impactante mausoleo de Wenceslao Posse se ha parado Facundo, de seis años. “Tía Alicia, vení, vení, que por aquí se ven los cajones”, le grita a la mujer, con cara de susto. Alicia contó que era la segunda vez que el chico entraba al cementerio. “De día se escapó; le daba miedo. Y ahora está fascinado”, afirmó Alicia, que también llevó a su hija Ana Paula.

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